"Fue difícil caminar juntos... se suponía que debíamos permanecer en una línea, pero algunas personas caminan más rápido, otras más lento, y estamos llevando esas velas tan pesadas..." - Micaela, 9 años
Mi hija terminó su primer entrenamiento de monaguillo este sábado. Y esta fue una de sus principales conclusiones: Es difícil caminar juntos.
Qué palabra tan sabia para quienes buscamos descubrir la dimensión sinodal de la Iglesia.
Se ha hecho la invitación a participar. Pero tal vez no debamos sorprendernos, ni siquiera sentirnos super descontentos de que la respuesta sea despareja. (Véase la parábola del rey que dio el banquete...)
En algunos lugares - las campañas de escucha de hace años se presentan como una consulta. En otros, hay docenas de sesiones de escucha abiertas a las que el obispo tiene previsto asistir.
La gente se está ofreciendo a ayudar - y en algunos casos son bienvenidos en el equipo de planificación, mientras que en otros lugares no reciben respuesta.
Hay gente que se ofrece a organizar sesiones con jóvenes en las universidades, y la diócesis lo agradece, se alegra de la iniciativa y está deseosa de ponerse al día. En otros lugares, el esfuerzo se recibe con desconfianza.
El hecho es que algunos caminan más rápido que otros, y es difícil caminar todos juntos.
En parte, es difícil por la carga que llevamos.
Algunos llevan cargas pesadas. Heridas frescas.
Algunos llevan cargas pesadas. Heridas frescas. Podemos tener cicatrices que se abren más rápido de lo que nos gustaría admitir cuando se nos invita a reflexionar sobre la pregunta: "¿cuáles han sido los obstáculos o desafíos en tu camino junto a la iglesia?"
No podemos habernos librado de las últimas décadas de guerras culturales y de la polarización de la sociedad.
Las esperanzas que alguna vez tuvimos y que se vieron frustradas, los recuerdos de las sólidas colaboraciones laico-pastorales y los programas de formación que ahora están disminuidos. Los recuerdos de las oficinas y ministerios de justicia social, que ahora están reducidos, relegados como una tarea más para un personal diocesano ya sobrecargado de trabajo.
"No llevar nada para el camino" comienza a significar algo diferente.
¿Qué tenemos que soltar para poder participar con una verdadera libertad interior a lo que Dios está queriendo hacer, en este momento, en la vida de la Iglesia?
Sí, es un proceso desordenado. La información no es perfecta. La escucha misma no es perfecta. Pero hay aprendizaje, hay escucha. Hay incluso, quizás, una conversión episcopal (artículo en inglés).
La invitación del sínodo es a seguir adelante.
A hacer la llamada a la persona que influyó en nuestro camino de fe. O a alguien con quien has soñado colaborar. Es la invitación no a comparar nuestros currículos y lista de logros, sino a compartir nuestras historias de vocación, nuestros viajes de fe. Las historias de caminar en el mundo real, el mundo que está lleno de enfermedad, dolor, seres queridos en la cárcel, niños que no tienen interés en la vida de la Iglesia, víctimas de abusos y discriminación. Un mundo que nos deja caminando con una cojera, una cicatriz, una herida. Y un Dios que se niega a dejarnos creer que es el final de la historia, sino que quiere formarnos como un pueblo, que se sabe libre, perdonado, amado y perteneciente.
En la Misa del domingo, Micaela señaló como los monaguillos principiantes se esforzaban por mantenerse sincronizados con el que llevaba la cruz. Luego, antes de la bendición, el sacerdote se aseguró de reconocer el esfuerzo de estos nuevos monaguillos. Invitó a nuestra comunidad parroquial a dar las gracias por estos nuevos jóvenes ministros, que están aprendiendo el oficio. Todos aplaudimos, sabiendo que tienen más que aprender... pero confiando en que, eventualmente, estarán sincronizados, siempre y cuando los sigamos invitando a practicar su participación.