Barbara Pegg, una dominica laicacompartió esta imagen y el título de Febe con el círculo de mujeres que se preparaban para reflexionar sobre la Palabra en mi parroquia de Durham, Carolina del Norte, este fin de semana.
Me recuerda a las muchas mujeres predicadoras que he conocido – católicas, bautistas, luteranas, episcopales, no denominacionales, metodistas unidas, pentecostales, metodistas episcopales africanas – pienso en su amor a la Palabra, su amor a Dios, su amor y cuidado por el pueblo de Dios.
Pienso también en la valentía de la que he sido testigo en mujeres y hombres predicadores.
Valentía: tener miedo, y hacerlo igual.
No dejar que las voces de incertidumbre o disminución nos hagan apagar el fuego en nuestros huesos que está destinado a ser compartido. Valentía: persistir ante lo desconocido y todo tipo de obstáculos.
Si Febe, la diácona, es la Madre de los Predicadores, es porque llevó la carta de Pablo desde Céncreas (Grecia) hasta Roma. A través de lo que probablemente fue un viaje agotador y tal vez incluso arriesgado, fue portadora de la Palabra, y supuestamente la compartió – incluso ofreció alguna interpretación adicional – con la comunidad a la que fue enviada en Roma. Una comunidad que probablemente se encontraba en las afueras de la ciudad, fuera de los centros de poder, un lugar por donde quizás habría que tener valor para transitar y moverse.
Para planificar la celebración del Día de Febe, muchos de nosotros hemos iniciado nuevas conversaciones sinodales y de escucha con nuestros feligreses, nuestro clero y nuestros administradores escolares. Hemos dialogado, discernido y tomado decisiones en colaboración sobre lo que nos corresponde hacer hoy y a lo largo de este mes para dar testimonio de la dignidad bautismal de la mujer y de la llamada que Jesús pone en nuestros corazones para responder a las necesidades pastorales de nuestras comunidades.
Esta mañana, a lo largo de este mes y, de hecho, a lo largo de nuestras vidas, tengamos la valentía, llena de fe, de llevar la Palabra viva de Dios para alimentar al Pueblo de Dios. No tengamos miedo de seguir a donde Jesús quiere que vayamos y, como Febe y Pablo, busquemos a aquellos compañeros en el ministerio que nos enviarán y nos acreditarán en las comunidades donde esperemos que nos reciban.
Cuando nos preguntemos por qué a veces el camino puede ser tan fatigoso, recordemos el primer anuncio, el kerigma, que el Papa Francisco insiste esté en boca de cada catequista y discípulo:
"Jesucristo te ama; dio su vida para salvarte; y ahora vive a tu lado cada día para iluminarte, fortalecerte y liberarte." (La alegría del Evangelio, 164)
Santa Febe, acompaña hoy a todos los predicadores. Danos el valor de llevar la Palabra de Dios en nuestros corazones, y luego compartir su poder vivificante con quienes nos rodean.
Santa Febe, ruega por nosotros.