Mientras los delegados de todo el mundo a la Segunda Sesión de la XVI Asamblea del Sínodo sobre la Sinodalidad concluían su trabajo en Roma y publicaban su documento final, nos sentimos alentados por la importante conclusión de este sínodo de tres años. El documento final -enmarcado en términos de los tres discípulos que se encuentran con Cristo resucitado- enraíza la sinodalidad en el misterio que está en el corazón de nuestra Iglesia, un misterio revelado por primera vez a las mujeres y a los hombres que juntos están llamados a dar testimonio de la paz de Cristo y del don del Espíritu Santo.
La participación de las mujeres es un rasgo distintivo de la sinodalidad. Las mujeres contribuyeron en cada etapa del proceso: invitando a las poblaciones marginadas a participar, animando consultas, preparando recursos, formando a facilitadores, escribiendo síntesis, predicando reflexiones, ofreciendo sabiduría de la vida religiosa, compartiendo con vulnerabilidad las luchas y los sueños que llevamos para nuestra Iglesia, y dando ejemplo de confianza en el poder de los encuentros para suscitar la conversión.
El documento final refleja esta contribución sostenida, y la diferencia que supuso ampliar el número de miembros de la asamblea con derecho a voto para incluir a las mujeres. Juntos -mujeres y hombres, laicos y ordenados- los miembros del sínodo han trazado un camino para que nuestra Iglesia sea más transparente, responsable, participativa y corresponsable de la misión.
El documento evita el lenguaje esencialista sobre el género, fundamenta el trabajo futuro en nuestra identidad bautismal compartida y consagra la participación continua de las mujeres en el liderazgo: “No hay nada en las mujeres que les impida desempeñar funciones de liderazgo en las Iglesias: lo que viene del Espíritu Santo no debe detenerse.” (par. 60)
Además, el documento disipa la confusión sobre el discernimiento activo en la Iglesia acerca de la inclusión de las mujeres en el diaconado. El documento expresa claramente que “sigue abierta la cuestión del acceso de las mujeres al ministerio diaconal. Es necesario un mayor discernimiento a este respecto.” (par. 60)
Nos anima que este documento, que fue aprobado y ofrecido por el Papa Francisco en lugar de una exhortación apostólica separada, tenga autoridad y valor magisterial. Esto aclara las muchas preocupaciones planteadas por la entrevista del Santo Padre en 60 Minutes a principios de este año, que muchos tomaron como una indicación de que el discernimiento estaba cerrado. En aquel momento, afirmamos que confiaríamos en el camino sinodal que el Papa Francisco había trazado, en el que todos los fieles están invitados a escuchar, discernir y soñar. Estamos agradecidos de que los miembros del Sínodo también hayan estado escuchando los sueños de las mujeres y de las muchas comunidades que están llamando a su liderazgo ministerial en respuesta a las urgentes necesidades pastorales locales. Es muy bueno que continúe el discernimiento sobre las mujeres y el diaconado, y esperamos contribuir de manera sinodal a su maduración.
Los miembros del Sínodo, incluído el Papa Francisco, afirma también la vocación del diácono para “especificarse en respuesta a las necesidades de cada Iglesia local, en particular para despertar y sostener la atención de todos hacia los más pobres, en el marco de una Iglesia sinodal misionera y misericordiosa.” (par 73) Compartimos esta llamada a animar a las Iglesias locales a promover más generosamente el diaconado permanente, reconociendo que este ministerio puede ser un valioso recurso para el crecimiento de una Iglesia servidora y abierta a todos, especialmente a los más pobres.
Esperamos con interés la próxima fase de implementación del Sínodo y seguir sirviendo al discernimiento sinodal sobre las mujeres y el diaconado. Buscamos animar la diaconía de Jesús, en respuesta al amor incondicional de Jesús por cada uno de nosotros, que el Papa Francisco nos recuerda en su última encíclica sobre el Sagrado Corazón de Jesús. De este amor brota nuestro deseo de seguir discerniendo la voluntad del Espíritu Santo sobre cómo hemos de caminar juntos hacia el futuro.