Sentada en la Plaza de San Pedro durante la vigilia de oración ecunémica antes de que comenzara la Asamblea del Sínodo, mi mente bullía con muchas cosas: planeando publicaciones para las redes sociales, preocupándome por una amiga en apuros, preguntándome si el transporte público estaría congestionado después del servicio. Me contuve y respiré, con la esperanza de calmar el bullicio de mi cerebro y estar más presente. No quería perderme este momento. Mientras el sonido celestial del canto Taizé se suavizaba en un momento de oración silenciosa, sentí cómo mi corazón inquieto rezaba: "Habla, Señor, que tu sierva te escucha".
Surgió en mí una sensación de amplitud y, casi de inmediato, sentí que Dios decía: "Yo también te escucho". No oí las palabras en voz alta, pero fueron claras como el agua. Exhalé maravillada, invadida por la palpable cercanía de este Dios que escucha. Mientras miles de personas rezaban, unidas en un silencio elocuente en la Plaza de San Pedro, Dios escuchaba profundamente a cada una de ellas. Imaginé el corazón de Dios abriéndose de par en par, recibiendo cada oración con ternura, pendiente de cada palabra y atento a cada anhelo tácito, en una postura de disponibilidad, compasión y amor. Escuché a Dios escuchando, y mi corazón cayó de rodillas.
Si estamos hechos a imagen de Dios, entonces nosotros también estamos llamados a ser oyentes profundos. Esta es la "salsa secreta" del proceso sinodal, y tiene el potencial de revolucionar nuestra forma de vivir como Iglesia. Muchos han observado que incluso la disposición de los muebles en la sala del Sínodo indica un cambio monumental: mesas redondas en lugar de asientos de teatro. En estas mesas, pequeños grupos de laicos y clérigos de diversas naciones pueden tener un encuentro auténtico a través de una metodología de "conversaciones en el Espíritu". Un delegado compartió que este enfoque parece estar distendiendo a algunos de los obispos y ayudando a suavizar el ambiente jerárquico. Como religiosa y ministro de la pastoral vocacional, me llena de emoción ver un modelo de discernimiento comunitario en el nivel más alto de nuestra Iglesia. Sé que cuando nos entregamos, el Espíritu puede llevarnos a nuevas profundidades y a sueños que superan nuestra imaginación. ¡Todo esto me llena de esperanza!
Incluso me atrevo a anhelar que este notable proceso de discernimiento global ayude a nuestra Iglesia a reconocer los límites que hemos puesto al discernimiento de las mujeres. Caminando con jóvenes adultos que reflexionan sobre sus caminos vocacionales, hablando con Hermanas a lo largo de los años, y transitando junto a otras mujeres estudiantes de seminario, he sido testigo de una escucha sincera y sagrada que a veces produce poderosas llamadas no reconocidas por nuestra Iglesia. Estoy convencida de que nuestro Dios que Escucha es también El que convoca y anhela la liberación y el logro de esas llamadas.
Nuestras historias importan en el corazón de nuestro Dios que Escucha, y gracias a la comunidad llena de fe de Discerning Deacons, están siendo compartidas en Roma. Recemos para que el verdadero discernimiento, guiado por el Espíritu, vibre y bulla en esas revolucionarias mesas redondas. Si los participantes del Sínodo se comprometen sinceramente a imitar a nuestro Dios que Escucha como miembros de una #IglesiaQueEscucha, ¿quién sabe lo que podría suceder?
La Hna. Tracy Kemme, MDiv, es la directora vocacional de las Hermanas de la Caridad de Cincinnati (página en inglés) y ministro espiritual en Casa de Paz. Vive en la comunidad de formación de la Casa de la Visitación en la ciudad de Cincinnati en Ohio. Puedes seguirla en @tracykemme y @cincyscvocations.